“Nadie sabía de dónde habían venido, pero allí estaban Kanga y Baby Ruh. Cuando Puh le preguntó a Christopher Robin: “¿Cómo han llegado aquí?”, Christopher Robin dijo: “Como de costumbre, tú ya me entiendes, Puh”, y Puh, que no le entendía, dijo: “¡Oh! —luego asintió dos veces con la cabeza y dijo— Como de costumbre. ¡Ah!”
Historias de Winny de Puh, A.A.Milne (*)
Para continuar con el asunto de las biografías, he resuelto escribir sobre la biografía de Winny de Puh, pero no sé qué sentido podría tener ello. Es correcto pensar que la pregunta que Puh hace a Christopher Robin acerca de los orígenes de los personajes de la novela, en ese diálogo que transcribo más arriba, peca de ingenua y, sin embargo, no creo que lo sea del todo.
¿Cómo llega un personaje de ficción como Winny de Puh a ser quién es? ¿Tienen biografía los personajes literarios? ¿La tienen cuando son personajes humanos como Christopher Robin, narratario de la novela, quien se correspondería miméticamente con el hijo del escritor A. A. Milne, y que por momentos podría ser considerado el verdadero protagonista de las novelas de Puh? Y cuando no son humanos: ¿pueden tener una biografía?
Un oso de peluche como Winny de Puh —o nombrado en su lengua: Winnie-the-Pooh—, ¿puede tener una biografía? ¿Tiene sentido decir que el personaje de Puh cumplirá 100 años en este año de 2024, así, como cuando decimos que en 2023 se celebraron los 100 años de vida del escritor Josep Vallverdú, o que este año se celebran los 100 años de la muerte de los escritores Franz Kafka y Joan Salvat-Papasseit? ¿Está bien decir que el personaje, animación ficticia de un oso de peluche, tiene unos antepasados fuera de la ficción —justamente: los osos de peluche— y que estos fueron relevantes para el imaginario de la infancia en el período de expansión del capitalismo imperialista?
De un ser humano podemos trazar una biografía si investigamos sobre su historia personal —fecha de nacimiento y de muerte—, sobre lo que hizo o dejó de hacer en diferentes momentos —estudios, trabajos, viajes, participación en actos públicos y acontecimientos históricos— sobre lo que tuvo y no tuvo —viviendas en diferentes ciudades, riquezas, ingresos y pérdidas económicas—, sobre cuáles y cómo eran sus vínculos y relaciones interpersonales —familia, amistades y enemistades, amoríos—, sobre sus pensamientos y sentimientos expresados públicamente o en el ámbito privado —conservadurismo, radicalismo político, vanguardismo estético…—. ¿Podemos hacer lo mismo respecto de un personaje de ficción?
Hay quienes creen que es muy poco lo que podemos llegar a saber con plena certeza de los seres humanos, de sus historias personales. Incluso, recuerdo que, cuando era estudiante de sociología (¡sí, os estoy dando un dato autobiográfico!), se discutía en las aulas universitarias si los integrantes de la clase obrera tenían biografía. Los burgueses, prohombres destacados de la sociedad, claro que la tenían: poco menos que vivían para eso, para tener una biografía; pero ¿qué biografía podía ofrecer un integrante de la clase trabajadora, con sus rutinas anodinas de explotación laboral, con unas vidas reducidas a jornadas con trayecto fijo: de casa al trabajo y del trabajo a casa? ¿Qué interés podía tener una biografía así? Recuerdo que esto se discutía a los efectos de profundizar en unas metodologías de investigación que llevaban por título “historias de vida”. Metodologías que defendían la idea de que siempre que hay una persona, hay una biografía, y si indagamos en ello, en lo biográfico, y recogemos información sobre las historias de vida de las diferentes personas, podemos obtener unos saberes que nos permitirán saltar de la información individual a la información social, de lo psicológico a lo sociológico, combinando biografía e historia para iluminar el estado de la sociedad. ¿Sería igual si indagamos en las biografías de los personajes de ficción?
Así como algunos consideran que es poco lo que se puede saber de los humanos, por curioso que resulte hay quienes sostienen que de los personajes de ficción lo podemos saber todo, absolutamente todo, pues una vez que están en una obra, lo están ahí de manera completa y para siempre. Las biografías de tinta y papel no admiten secretos, todo lo que necesitamos saber sobre los personajes literarios, todo lo que es significativo sobre su acción, lo sabemos al leer.
Las personas reales guardan secretos inconfesables de los que podemos no saber nunca nada, pero los personajes de ficción solo guardarían un secreto así para crear suspenso, para anticipar una acción, para que acabemos descubriendo el asunto al avanzar en la lectura de la trama narrativa en la que están insertos.
Y entonces llegamos a este punto: ¿qué nos interesaría saber hoy por hoy sobre los aspectos biográficos de Winny de Puh que no esté explicado en las dos novelas que componen su saga? ¿Qué nos interesa saber más allá de que es un protagonista —tierno, soñador e ingenuo— que sostiene al personaje colectivo de la novela: un personaje colectivo integrado por todos los demás peluches y Christopher Robin?
Justamente, lo primero que podemos señalar es que Winny de Puh no aparece originalmente en las novelas escritas por Alan Alexandre Milne (Gran Bretaña, 1882-1956): la primera, “Winnie-the-Pooh”, de 1926; la segunda novela, “The House At Pooh Corner”, de 1928. El personaje ya había tenido su primera aparición literaria en un poema titulado Teddy Bear publicado en el libro When We Were Very Young, de 1924, y es por esto que decimos que en 2024 será el centenario del personaje de peluche.
Lo segundo a señalar es que las ilustraciones originales de ambas novelas, así como la del primer poema, fueron obra de E. H. Shepard, quien sin duda aportó mucho para la celebridad del personaje, muy exitoso entre los lectores desde el primer momento: el libro de poemas de A.A. Milne tuvo que hacer cuatro reimpresiones entre noviembre y diciembre de 1924, cuando acababa de salir a la luz. Los dibujos de Puh realizados por Shepard fueron inmediatamente identificables en todo el mundo, incluso antes de que Walt Disney hiciera su primer mediometraje, una animación de 1966 titulada “Winnie Pooh and the honey tree”.
Pero lo cierto es que la historia de Puh, su biografía, comienza antes de 1924 y termina después de 1928. Si leemos el prólogo de la novela que A. A. Milne escribió para explicar el origen del nombre del personaje, veremos que hace alusión, por una parte, al oso Edward y por otra a la osa del zoo de Londres llamada Winnie.
Edward es el nombre del oso del poema de 1924, que a su vez era el nombre británico de los osos de peluche, así como Teddy lo fue de los estadounidenses. El poema se inspiró en un peluche que regalaron al hijo del escritor, quien coincide en su nombre con el personaje de la novela: hablamos de Christopher Robin Milne, quien en la vida real acabó convirtiéndose en un librero de éxito y aborreciendo profundamente todo lo relacionado con su participación ficticia en las novelas del padre.
Por otra parte, Winnie es el nombre de un oso pardo nacido en 1914, en Canadá, cerca de la ciudad de Winnipeg, donde un militar canadiense lo rescató cuando viajaba hacia Europa para combatir en la guerra. Al llegar a Inglaterra dejó al oso en el zoo de Londres, donde resultó un atractivo popular y donde se hizo muy amigo de Christopher Robin, el hijo del escritor, quien llegó a alimentarlo con leche condensada, pues parece ser que al Winny de carne y hueso esto le agradaba más que la miel.
De todo este anecdotario, me quedo con la idea de que el origen del personaje se remonta en dos direcciones hacia el continente norteamericano: una dirección real, la del oso rescatado en Canadá, y una dirección ficticia, la del oso de peluche del hijo del escritor, replica del oso de peluche que lleva por nombre el del presidente de los Estados Unidos.
Y es que el oso de peluche también tiene su historia, su biografía, como juguete infantil: el oso de peluche vendría a ser algo así como un antepasado directo de nuestro Puh. Como en casi todos los asuntos legales, hay dos versiones respecto del origen de los osos de peluche. Una es norteamericana y hace alusión a una anécdota presidencial que involucra a Roosevelt. La otra es Alemana.
Suele decirse que los osos de peluche reciben el nombre de Teddy Bear en honor al presidente Theodore Roosevelt, que se negó a dispar a un oso durante un viaje de caza por el estado de Mississippi, en noviembre de 1902. Resulta que, durante ese viaje, en el que el presidente iba a resolver un conflicto territorial entre los estados de Mississippi y Louisiana, los guías quisieron agasajar al mandatario facilitándole la caza de un oso al que habían atado a un árbol para que Roosevelt le disparara. El presidente Roosevelt se negó, tal vez por encontrar humillante la situación. Un caricaturista de mucho renombre por la época, Clifford Berryman, registró el asunto en una caricatura que circuló mucho. El dibujo del oso agradó a un tendero judío, nacido en Rusia y emigrado en Nueva York, Morris Michtom, que creó un osito a partir de él y comenzó a comercializarlo, hasta llegar a crear toda una industria: ni más ni menos que la de uno de los juguetes más vendidos en la historia de la humanidad.
Esa es una versión: la norteamericana. La alemana, en cambio, sostiene que la creación de los osos de peluche es un diseño de 1902 de Richard Steiff para la fábrica de juguetes de su tía, Margarete Steiff, una mujer enferma de poliomielitis que se dedicó a la costura de animales de fieltro. La empresa familiar exportaba peluches hacia a los Estados Unidos desde principios de siglo XX. Richard habría expuesto un oso de fieltro en Feria del Juguete de Leipzig en 1903, donde habría sido comprado por un fabricante americano. Esta historia también tiene su película.
Que los alemanes disputaran la hegemonía del mundo a los ingleses y que dicha hegemonía acabara en manos de los Estados Unidos tras la segunda guerra mundial no debería de tener nada que ver con la historia del oso de peluche, definitivamente incorporado al imaginario infantil de la mano de los fabricantes americanos. Y sin embargo ya vemos que la historia no es ajena a las peripecias biobibliográficas que aquí nos interesan. Y es que el éxito rotundo de Winnie-the-Pooh dependió en parte del éxito previo de los osos de peluche, como símbolo muy potente en el imaginario infantil.
En todos los casos, los personajes representados por osos de peluche —veremos que en la LIJ hay otros además de Puh— parecen compartir una ingenuidad que los dignifica, incluso cuando se nos presentan como cortos de entendederas. Christopher Robin no se cansa de decirle a Puh, cariñosamente, “oso tontorrón”. Y es que los pequeños osos de peluche parecen hacerse cargo de todo lo que los humanos atribuimos a las necesidades emocionales más primarias de la infancia: ternura, calidez, afecto, cuidado y, también, la ingenuidad: todo lo cual opera como conducto del mecanismo que facilita la identificación ficcional.
Y si el éxito previo de la novela dependió del oso de peluche, el éxito posterior dependió del oso de celuloide. Resulta que las hijas de Disney gustaban mucho de la novela Winnie-the-Pooh y por eso Disney compró los derechos para hacer la película. También cuenta la historia que el propio Disney autorizó a la Unión Soviética para que hicieran una serie de animaciones con el personaje. Esto como gesto de distensión durante la Guerra Fría. Y así vemos que el oso de peluche vuelve a entrar en una disputa mundial, si bien ahora como símbolo de paz.
Los osos de peluche aparecen en diferentes momentos de la LIJ. Hay un célebre oso de peluche ficticio, estadounidense, llamado Corduroy, obra de Don Freeman, de 1968. Narra la historia de un peluche y sus peripecias en un gran almacén americano. Es un peluche que nadie quiere comprar, porque tiene un peto de pana verde y porque le falta un botón. Una niña, Lisa, se interesa en él y finalmente lo compra con sus ahorros. Lo peculiar del libro es que la niña es afrodescendiente, algo que no era del todo usual en los libros ilustrados para la infancia en esa época. En cualquier caso, el álbum, muy celebrado, no deja de representar el espíritu de la sociedad de consumo americana de los años 60 que busca incorporar a todos los sectores sociales en la sociedad de mercado, sin discriminaciones.
Otro célebre oso de peluche ficticio, esta vez alemán, de nombre Lavable, protagonista del relato “El osito de peluche y los animales” de Michael Ende (“Der Teddy und die Tiere”, de 1993). Para el caso, se trata de un osito que está muy viejo, muy gastado, con el que nadie juega. Una mosca impertinente zumba a su alrededor diciéndole que es tonto e inútil, a partir de lo cual el oso, de manera muy alemana, se pregunta cuál es su razón-de-ser-en-el-mundo y sale a buscar respuesta consultando alternativamente a diferentes animales. Una niña muy pobre será quien acabe por darle la mejor respuesta. El cuento, obviamente, es una crítica de la sociedad de consumo del capitalismo tardío finisecular.
Entonces, si el oso de peluche se vuelve un símbolo de la seguridad infantil, en la riqueza o en la pobreza, un símbolo de todo eso que les negamos a niñas y niños cada vez que la infancia se ve sacudida por guerras y desplazamientos forzados, no es casualidad que su imagen sea muy potente para denunciar estas situaciones. Lo hemos vuelto a ver en las coberturas gráficas de las guerras de Ucrania y de Palestina, cuando, una y otra vez, nos cruzamos con imágenes de niños que se aferran a la única seguridad que tienen a mano: la de esos peluches “tontorrones” que los acompañan en la adversidad.
Al final de la segunda novela de Milne, “El Rincón de Puh”, Christopher Robin se despide de sus amigos. Las últimas dos páginas de esa novela deben de estar entre los textos de literatura infantil más conmovedores, cuando el niño expresa para Puh la idea de que la infancia deja de ser tal cuando el niño ya no puede hacer “Nada” libremente. Hacer Nada, o sea, “ir por ahí, escuchar todas las cosas que no se oyen, y no preocuparse”, tal como es del gusto de los personajes de la novela. Cerca del punto final, en un momento, Christopher Robin dice a Puh:
—Puh, promete que no te olvidarás de mí, nunca. Ni siquiera cuando tenga cien años.
Puh pensó por un momento.
—¿Cuántos años tendré yo entonces?
—Noventa y nueve.
Puh asintió con la cabeza.
Con los ojos puestos aún en el mundo, Christopher Robin extendió una mano y sintió la zarpa de Puh.
¿Es así como termina la biografía de Puh, con una promesa de eternidad centenaria? Winny de Puh, Winnie-the-Pooh, cumple cien años en 2024. ¿O serán noventa y nueve, así, de una vez para siempre, tal como quedó escrito ahí? Los osos de Peluche, si datamos su origen cerca de 1902 o 1904, cumplen una veintena más, de años. Lo que no parece tener edad es el maltrato a la infancia, siglo tras siglo, incorporándose sucesivamente en la biografía de las nuevas generaciones. Y eso, por más que le obsequiemos talismanes de fieltro para consolar el abandono, la pérdida y la tristeza.
* * *
(*) El libro “Historias de Winny de Puh” publicado por la editorial Valdemar, Madrid, 2006 (2ª. Ed 2015) contiene las versiones castellanas de los dos libros de A. A. Milne: “Winnie-the-Pooh”, 1926 (“Winny de Puh”, traducción de Isabel Gortázar) y “The House At Pooh Corner”, 1928 (“El rincón de Puh”, traducción de Juan Ramón Azaola) y las ilustraciones originales de ambos libros, obra de E. H. Shepard. Del libro de Puh existe una versión en euskera de Juan Kruz Igerabide. También hay versiones en catalán de Jordi Corominas y Judit Ribas.
Deixeu un comentari: