Llibres al replà

Dolents: Probar el mal

Este trimestre, en este edificio, será de temer. Por el “replà” circulará una galería de personajes malvados. Muy malvados. Seguro que estará la Muerte, y que no será tan piadosa como lo era en el libro del recientemente fallecido Wolf Erlbruch: El pato, la muerte y el tulipán.

Es posible que haga acto de presencia la Mentira, alegorizada o bien personificada, un poco como en el cuento “El árbol de la mentira”, que recientemente recuperó la vecina Teresa Duran para el tomo de “50 cuentos de personajes extraordinarios. Antología de cuentos tradicionales”, publicado por Edelvives.

El Demonio, por descontado, estará, y con sus mejores galas –o sea, medio desnudo– como cuando Xavier Salomó y Meritxell Martí lo convidaron para ese Sopar de por, libro que tanto ha dado que hablar y que leer.

Fantasmas, almas en pena y zombis harán de las suyas, así como aparecían en esa novela gráfica juvenil tan inquietante, Thornhill, de Pam Smy.

Lobos, sin falta. Ogros y monstruos, obviamente. Brujas, por supuesto, ellas jamás se pierden estas citas. Lobos, ogros y brujas, así, en este orden, tal como nos los ofrece Clotilde Perrin en el libro Dolents, publicado por Maeva.

Y también es posible que aparezcan personajes humanos: hombres, mujeres, niños. Y es que cuando se trata de hacer el mal, ya podemos estar seguros que, por naturaleza, por cultura, por educación o por razones sociales y políticas, no siempre es necesario un Leviatán.

En la literatura infantil, los malvados están muy presentes y suelen ser fácilmente reconocibles. Pueden aparecer como personajes que constituyen su maldad en razón del papel que ocupan en la trama narrativa: es necesario que hagan el mal, a lo grande, o de manera más o menos banal, para que un relato avance. En general, son personajes que aparecen como antagonistas de un héroe protagónico. Se presentan como obstáculos para que nuestro protagonista alcance aquello que busca, que por lo general es hacer el bien, lograr una buena vida, virtuosa, auténtica. Pienso, ahora, en el papel de los hombres grises, en la novela Momo, de Michel Ende.

A veces, también, pueden aparecer como antagonistas que cumplen con un papel muy sencillo: asustan al lector para que este quede advertido de las consecuencias que podría llegar a acarrear no hacer las cosas como el adulto manda. En el ámbito de los cuentos tradicionales hay toda una bibliografía relacionada con eso que ha dado en llamarse “cuentos de advertencia”, propios de una pedagogía que apuesta por el miedo para alejar a los niños de los peligros (las alturas, el fuego, alimañas y enfermedades, los abusadores) o para lograr que adquieran un hábito: “duérmete niño / duérmete ya / que viene el coco (en mi infancia uruguaya era el cuco) / y te comerá”.

De buen grado, la infancia es propensa a aceptar que los peligros, como una ecuación del mal, pueden adquirir una forma antropomórfica y convertirse en un personaje turbador, una bestia o una alimaña desconocida, un funcionario sombrío e irritable o un monstruo más o menos humanizado. Los cuentos de advertencia son breves y redondos, con fórmulas que destacan la acción y sus enredos, con diálogos y repeticiones que insisten en advertir sobre lo funesto que está por suceder, con un ritmo de una simpleza impecable, dirigidos a lograr el efecto buscado: advertir asustando.

Mucha tinta ha corrido sobre lo apropiado o inapropiado de utilizar estos cuentos con intenciones pedagógicas. Es cierto que la infancia recurre a ellos para fortalecerse emocionalmente en el control y el manejo de los miedos más profundos: acuden a estas ficciones que dan miedo a la vez que les hacen saber que no hay nada real que temer. Lectores y lectoras se ponen a prueba mediante un miedo que pueden controlar para descubrir sus fortalezas y debilidades. Pero también es cierto que algunos niños y algunas niñas no soportan el terror que los invade ante estas bellas letras, y todo indica que haríamos bien en evitarles el mal trago de participar de la lectura de estos “cuentos perversos”, salvo que por alguna razón tendamos a identificarnos con los “malignos” de la historia.

Los malvados también pueden aparecer como entidades psicológicas más o menos elaboradas. Son personajes construidos en torno a un conflicto interior y exterior. Aparecen en oposición a la figura del bueno para representar le lucha entre el bien y el mal, argumento universal que exige la puesta a punto de los arquetipos universales. En este punto, lo interesante es considerar cómo se caracteriza al personaje malvado, reactualizando los estereotipos más frecuentes, pues es bien cierto que por regla general, la caracterización del malvado no suele evolucionar en las obras: el personaje suele ser malo de principio a fin, respondiendo a un desarrollo unidireccional y superficial. Por lo general, se trata de alguien inescrupuloso, maquinador, manipulador, sádico y con cierta tendencia hacia un narcisismo muy primario. Un lugar destacado, en esta galería, lo ocupa la señorita Agatha Trunchbull, antagonista de Matilda en la novela de Roald Dahl.

La representación del malvado exige características exageradas: deformidades físicas, mirada asesina, marcas sospechosas y desagradables, tics incontrolables y repetitivos, sonrisa estridente, voz cavernosa, vestuarios oscuros, máscaras, guantes, sombras extendidas, refugios impenetrables y escondidos, soledad y aislamiento, o en su defecto, masificación incontrolada.

Todo lo anterior queda en entredicho cuando atendemos, en algunos casos, a la perspectiva de que el malvado no viene del exterior (como suele ser el caso mayoritariamente), sino que está entre nosotros, encarnado incluso entre los buenos. Entonces es difícil discernir quiénes son los buenos y quiénes los malvados, un poco como se plantea en la novela de Cormac Mc Carthy, La carretera, en la que se insiste en preguntar por la identidad moral de cada quien, y, al final, planta la duda del niño frente al desconocido, cuando le pregunta “¿Y cómo puedo saber que eres uno de los buenos?” y el otro responde: “No puedes. Tendrás que hacer la prueba.” Una novela adulta que bien podría caer en la biblioteca de la literatura juvenil.

Pues esto y mucho más, en un trimestre para hacer la prueba literaria del mal.

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Nota bibliográfica: para la escritura de esta entrada me fueron de mucha utilidad dos libros en particular:
LA LITERATURA PARA NIÑOS Y JÓVENES. GUÍA DE EXPLORACIÓN DE SUS GRANDES TEMAS, de Marc Soriano, Ediciones Colihue, Argentina, 1995.
RETÓRICA DEL PERSONAJE EN LA LITERATURA PARA NIÑOS, de Maria Nikolajeva, FCE, México, 2014.

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