Llibres al replà

Pobrezas para ser contadas

“Pobreza linda para ser contada
después del postre y antes del café”
Mario Benedetti, en el poema “Pregón” (1988)

Como se explicó muy bien en el primer artículo de esta serie, la pobreza apareció históricamente en los cuentos populares infantiles como modelo y ejemplo de conducta. La caridad era bendecida, la avaricia castigada. Se asociaba la pobreza a la honradez y se estimulaba la inamovilidad social, si bien en algunos casos los finales felices premiaban al pobre que se buscaba la vida y prosperaba. Luego vendría un período en el que la LIJ denunciaba las condiciones de pobreza extrema, en general asociada a la industrialización y la acumulación primitiva de capital, a la par que reivindicaba la solidaridad dentro de esas situaciones desfavorecidas.

En el segundo artículo de esta serie, se dejó ver cómo las situaciones de pobreza de la infancia llevan aparejadas situaciones de abandono y abuso: la infancia resulta ser especialmente vulnerable en estos contextos, y la buena literatura realista lo deja ver y lo denuncia.

El tercer artículo agregó al panorama general un cuestionamiento sobre cómo se ha ilustrado la indigencia urbana en la LIJ y sobre cómo se perfiló una “pluralidad visual” al respecto. Si la pobreza no es una sola, tampoco cabe un único criterio estético para retratarla visual y plásticamente, afirmaba el artículo certeramente.

En el actual artículo quisiera detenerme en cómo es narrada la pobreza en la LIJ contemporánea: desde qué puntos de vista, con qué sentidos, para qué destinatarios, con qué logros o fracasos.

Sucede que quienes escriben LIJ, por lo general no viven de primera mano en condiciones de indigencia. Podemos decir que muy pocos se enriquecen escribiendo literatura infantil, incluso, muy pocos logran vivir de ello, pero es difícil encontrar en las filas autorales a los más pobres, los carenciados extremos. Cuando se aborda la pobreza en la LIJ se lo hace desde afuera de la condición retratada: por lo general, son los incluidos los que escriben sobre los excluidos.

¿Y con qué sentido lo hacen? ¿Denunciar la injusticia y demandar cambios, conmover a los indiferentes para despertar un espíritu de compasión y solidaridad, desahogar las culpas y sentimientos de impotencia personales, desplegar una catarsis para el sufrimiento que se siente en carne propia por mor de la compasión que despierta el dolor de los desfavorecidos, odio y desprecio hacia los poderosos? Los motivos pueden ser múltiples y variados. En cualquier caso, poco interesarían, cuando de lo que se trata es de considerar los resultados prácticos: ¿de que manera se ha logrado abordar el tema? ¿Cómo se ha narrado la historia? ¿Qué cuidado estético y literario se ha tenido? ¿Cómo ha sido la recepción por parte de la infancia?  

Hoy mostraré tres ejemplos que, de diferentes maneras, con diferentes sentidos, abordan el tema de la pobreza narrando diferentes historias al respecto.

El primero, que a esta altura debería calificar como un clásico, es “Els nens del mar”, un álbum de Jaume Escala, ilustrado por Carme Solé Vendrell, publicado originalmente en 1991, recuperado en 2018 por la editorial Corre la Voz.

En la narración, que parte de una balada y se convierte en historia, se nos muestra a un hombre que dialoga con uno de aquellos niños de la Barcelona olímpica que dormían en barracas a la orilla del mar, abandonados a su pobre suerte. El hombre intenta convencer a uno de esos niños sobre la virtud de los cuentos, pero el niño, con una suerte de cinismo rebelde, muy en la línea de León Felipe, le muestra al hombre cómo él se “sabe todos los cuentos”.

Para ese niño, los cuentos no tienen ningún asiento en la realidad personal. ¿Qué puede un palacio frente a su chabola? ¿Qué puede una carroza frente a la motoneta con la que hace un atraco? ¿Cómo va a competir un dragón de siete cabezas con la policía que los maltrata y reprime? ¿Qué, una princesa frente a la vida amarga de una prostituta del barrio?

La LIJ, en su plan de fabulación y fantasía, no le ofrece al pobre y excluido ningún punto de identificación, y de ahí que al final, el niño coprotagonista de la historia haga uso del libro que el hombre le regala de la única manera que le es útil: alimenta con las páginas una hoguera que lo ayuda a él y a sus compinches a sacarse el frío.

En una suerte de doble salto mortal, este libro intenta lo que en principio, según su lectura no puede la LIJ: pretende negar su propia condición (ser un libro de LIJ) y resultar válido para los destinatarios (los pobres y excluidos que se saben todos los cuentos). Por otro: siendo un libro de LIJ, “Els nens del mar” retrata de manera innovadora la realidad de los niños excluidos y asume para sí la imposibilidad que tendrían todos los cuentos de facilitar la identidad para esos sectores a los que, de todas maneras, pretende representar. ¿Lo logra?

Un segundo libro que ofrezco a consideración es el reciente “Un bon dia” de Angelina i Aurora Delgado, ilustrado por Daniela Martagon.

El relato que contiene este libro se limita a acompañar a un personaje muy pobre durante una jornada. Se trata de una niña que va con su madre a un vertedero a buscar algo de utilidad. La niña dice al principio que, incluso en las peores situaciones de pobreza, “siempre hay alguna cosa que brilla”. Y eso busca. Lo hace jugando, tal como puede jugar cualquier niña en cualquier situación. En el juego, vive amenazas, como cualquier niña. Se pierde, como puede perderse cualquier niña. Y vive su aventura, de la que es rescatada por sus padres al final de la jornada, como le podría suceder a cualquier niña en cualquier contexto.

Pero el contexto, pintado como escenario de esta historia, es de pobreza extrema, y eso, tal vez, podría presentarse como la posibilidad de que cualquier niño que vaya a leer este libro termine por entrar en esta historia para interrogarse y reflexionar sobre lo que se está retratando: el hecho de que, para sobrevivir en nuestras sociedades, mucha gente debe ir a buscar algo que brille a la basura.

¿Es la que aquí se narra una “pobreza linda” que contrasta con la “pobreza fea” que refleja el libro de Escala y Solé Vendrell? Para pensar.

El tercer y último ejemplo es el de “Els invisibles”, de Tom Percival, de 2021, publicado por Andana.

Este caso cumple con ser excepción a la regla: el autor vivió en condiciones de pobreza, habitando mucho tiempo en una caravana con su familia. Comparte, entonces, con su personaje, la realidad social que describe: la pobreza fruto de perder la vivienda y tener que pasar a vivir en condiciones de precariedad. La historia muestra esas condiciones de exclusión como parte de un proceso de invisibilidad. El enfoque muestra la adversidad a la que se enfrenta la protagonista y el modo en que ella logra reponerse y resistir a su exclusión e invisibilidad, contribuyendo con su actitud a cambiar las circunstancias y el entorno social. El final tiene un aire de cuentos de hada, sí, pero lo mágico del caso se refleja en la optimista apuesta por el gesto de resistencia de la niña, que marca una diferencia, y la solidaridad de los afectados, que conquistan un cambio.

No me atrevo a afirmarlo, pero pienso que en el ánimo de los autores y las autoras de estos tres títulos estaba la idea de mostrar cómo se puede narrar la pobreza en libros destinados a la infancia. Y pienso que si ninguno de los tres libros, por sí solos, puede cubrir “toda” la realidad de las muchas pobrezas y las muchas resistencias a las desigualdades, juntar estos tres (podrían ser otros), leerlos en serie y contraponerlos entre sí nos ayudaría a reflexionar sobre el asunto junto con niñas y niños lectores.

De esta confluencia y contraposición lectora, así me gusta pensarlo, podrían surgir inquietudes y nuevas perspectivas críticas, a sabiendas de que, a la hora de leer con la infancia, el postre de la pobreza no deja de ser amargo y nada acaba por endulzar el café.

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