Llibres al replà

Minilibros. Pequeñas obras de arte en un formato a parte

En este post antes de cerrar la serie dedicada a diminutos, salimos fuera del relato y lejos de sus protagonistas. Para concluir, queremos presentaros obras en formatos minúsculos, libros infantiles en miniatura que de alguna manera han sobresalido en la historia liliputense de la literatura infantil.

Este tipo de libros se definen por tener unas dimensiones reducidas y no superar los pocos centímetros. Los orígenes de este formato, que siempre ha maravillado tanto por su fragilidad y como ingeniosidad, es tan antiguo como la historia del libro, aunque es a partir del siglo XVI y sobre todo a lo largo de los siglos XIX y XX donde más se editan.

Los objetivos iniciales de estas mini obras siguen una voluntad práctica, ya que son libros que pueden ser transportados con facilidad, y se adecuan a las manos de los pequeños lectores. Pero estas mini producciones permiten lecturas intimistas y convertirse en objetos transicionales y de coleccionista según la edad. Los contenidos han ido cambiando según los valores sociales y económicos imperantes de cada época, y su formato y su disposición siempre han ido de la mano de los avances en las técnicas de impresión y de reproducción de texto e imágenes. Hasta aquí, su génesis es bastante similar al resto de obras de la literatura infantil impresa, y al igual que ésta, los primeros mini volúmenes están centrados en la necesidad de alfabetizar y adoctrinar a los niños. Entre estas primeras manifestaciones destacamos la versión en miniatura del New England Primer de 1690.

Como es habitual en la historia de la LIJ, será en el Reino Unido donde se editen los primeros minilibros alejados de la religión e instrucción. Allí, Thomas Boreman, impresor y editor londinense e iniciador de los libros infantiles por suscripción, fue pionero en elaborar, entre 1740 y 1743, una serie de libros en miniatura para entretener. En Curiosities in the Tower of London, o en cualquier otro título de la misma serie, donde el tamaño era similar al de una caja de cerillas, las páginas contenían, más allá del texto, algunas imágenes en xilografía que representaban bestias salvajes provenientes de las colonias británicas, u otras curiosidades como las armas recuperadas de la Armada Española. Unos objetos, todos ellos guardados en una especie de zoo/museo en la Torre de Londres.

Siguiendo el modelo de Boreman, otros editores y libreros londinenses como John Newbery y John Marshall publicarán, gracias a los avances en las técnicas de impresión, ediciones de libros en miniatura, y una literatura infantil conceptualmente alejada de los libros precedentes y formalmente más atractiva. La producción de los editores británicos es, a partir de entonces, altamente novedosa. Inspirada en las nuevas corrientes pedagógicas y con obras de autores como Jean-Jacques Rousseau, Friederich Fröbel, John Locke, María Edgeworth o Richard Edgeworth, el juego y el entretenimiento se convertirán en objetivos centrales en la creación y edición literaria para niños.

Así, Marshall publicará en 1800 el Infant’s Library [Biblioteca Infantil]. Una mini biblioteca que contiene dieciséis libros impresos a color y de pequeño tamaño que no sobrepasaban los 57 mm de altura y 47 mm de ancho. Los libros se ofrecían en una caja de madera que emulaba el formato de una biblioteca real. Esto permitía una lectura íntima e idónea para las manos de los más pequeños. Inicialmente se pensaron para que niños y niñas los leyeran en voz alta a muñecas, y así se familiarizaran, poco a poco, con el código escrito. Pero esta miniobra es novedosa en otros aspectos más allá del formato. Marshall incluye nuevos temas, y cada volumen se convierte en un pequeño itinerario de complejidad interpretativa. La serie comienza con las letras del alfabeto, sigue con relatos sobre animales, flores, y juegos al aire libre; y termina con una pequeña historia del Reino Unido. Otra singularidad de la obra de Marshall es el rol que le otorga al lector. A partir de interpelaciones y preguntas directas, le hace partícipe en el acto de lectura.

Ya entrado el siglo XX, es destacable la colección de minilibros incluida dentro de la biblioteca de la casa de muñecas de la reina Mary, construida entre 1920 y 1924, también en el Reino Unido. Dentro de esta mini biblioteca, encontramos doscientas miniaturas de lujo de libros de autores ya consagrados de la época como Sir Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes), James Barry (Peter Pan), Rudyard Kipling, o Alan Alexandre Milne (Winnie the Pooh).

Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos editores y artistas sufrieron, más allá de los efectos devastadores de cualquier conflicto bélico, la escasez de materiales y papel. Quizás por eso, entre 1941 y 1946 la editorial belga Éditions des Artistes decide publicar la colección “Pomme d’api”, una serie de veinticuatro libros de pequeño formato, todos ellos ilustrados por la artista de origen ruso Elisabeth Ivanovsky. La colección ha sido nuevamente impresa por la editorial nantesa Memo en una edición facsímil.

En Estados Unidos, después de la guerra, la editorial Simon & Schuster, famosa por introducir la cultura de masas en la edición infantil, también publicará en 1948, una colección llamada «Tiny Golden Library». Consiste en una biblioteca en miniatura de veinticuatro volúmenes, todos ellos incluidos en una cajita en forma de baldas para los libros, y de madriguera para los animales protagonistas. Autores como Dorothy Kunhardt, Garth Williams, o Margaret Wise Brown formarán parte de esta conocida mini colección, también reeditada recientemente por la misma editorial nantesa citada anteriormente.

El formato de minilibros también se adaptó a otras tipologías emergentes. Así, en 1966 Marvel publica en este pequeño formato una colección sobre los grandes héroes del cómic norteamericano como el Capitán América, Thor o SpiderMan.

Y ahora se preguntará, ¿cómo ha sido la edición de minilibros y libros diminutos en nuestro contexto? ¿Tenemos una trayectoria similar? Si bien el espacio no consiente alargarme demasiado, y probablemente omitiré ejemplares inevitables, déjeme presentarles unas cuantas colecciones más o menos locales de esta mini biblioteca particular:

Como ocurre en otros países, los primeros libros diminutos en catalán eran libros religiosos y para aprender a leer. Varios autores identifican al Cançoneret català de Antoni Bulbena como uno de los primeros con una novedad temática en nuestro país. Como siempre, la unión de música y literatura aporta innovaciones formales en la edición infantil (ver el post sobre música y literatura). El cancionero de Bulbena era pequeño y estaba impreso en papel satinado. A medida que las innovaciones en las técnicas de impresión llegaron a nuestro país, a principios de siglo XX, el capricho hacia los formatos en miniatura también aumentará más allá de la literatura infantil. Revistas como Esquitx en Barcelona adoptan también este reducido formato.

Todos los ejemplares editados de esta revista se podían guardar en una caja proporcionada por la propia editorial. La revista, impresa a color, contenía semanalmente historias con y sin texto, chistes, juegos y adivinanzas.

También es en ese período, en las primeras décadas del siglo XX, cuando la editorial madrileña Calleja incluye dentro de sus colecciones una serie llamada “Juguetes instructivos” con minilibros impresos a color e historias adaptadas al formato pequeño. También adaptará a este formato otras colecciones como La Caja de los deseos, (6 volúmenes) o los Cuentos fantásticos (12 volúmenes). Carmen Bravo Villansante los definió como «delicias en miniatura, como duendes del bosque, ideales y asequibles para todos los bolsillos».

 

 

Después de la guerra civil española, la editorial Juventud, elaborará una colección de minilibros en castellano, llamada “Libros pequeñines” que según la propia editorial estaban destinados a niños y niñas que ya sabían leer, o por aquellos que todavía no. La edición era a color y su edición era minuciosa y muy bien cuidada.

Muestra de ello son las técnicas utilizadas y algunos elementos paratextuales como las guardas, donde se hacían referencias intertextuales e intericónicas a otros clásicos de la LIJ como se puede observar en esta imagen.

 

 

El modelo editorial y el talento de la editorial Juventud, dirigido entonces por Josep Zendrera, y posteriormente por su hija, Xita Zendrera, será seguido e imitado por otras editoriales en todo el estado. También durante los años más duros de la censura franquista, encontramos otras miniaturas como las publicadas por la editorial Fher con colecciones diminutas como El espíritu de la botella.

Con el auge de la literatura para bebés a finales de siglo XX, los minilibros volverán a ser un formato privilegiado. Recordamos aquí los Minilibros para bebés de Allan y Janet Ahlberg, publicado recientemente por la editorial Flamboyant. Ya entrado el siglo XXI, aparecen otras colecciones locales como los “Minilibros imperdibles” de Kalandraka, unos libros en miniatura presentados en una caja para disfrutar, como cita la propia editorial, de sueños grandes.También las editoriales Combel y Ekaré han publicado colecciones diminutas. Así Combel ha creado una colección llamada Els Popis, unos minilibros pop-up; y la editorial caraqueña, con sede en Barcelona, ​​los minilibros “Ponte poronte”, o la colección de cuentos populares musicados “Clave de sol”.

Para terminar, y para todos aquellos que quieran ir más allá, informarles que muchas bibliotecas nacionales e internacionales disponen de un fondo y colecciones importantes de minilibros. De hecho, muchos de los que han sido citados en esta entrada se encuentran disponibles en bibliotecas nacionales de Madrid o Barcelona, en la British Library de Londres o en colecciones privadas.

 

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