Llibres al replà

Grandes y diminutos: el vértigo de encoger y de crecer

En los Cuentos por teléfono de Gianni Rodari nos encontramos con un personaje diminuto muy especial: Alice Cascherina (Alicia Caerina o Alicia Patapam en castellano; L’Alícia Paf o L’Alícia Capitomba en catalán). La niña, heredera de la Pulgarcita o Almendrita, de Andersen, es tan pequeña que “está cayéndose siempre y en todas partes”: por la puertecilla del reloj despertador, dentro de una botella, al cajón de los manteles y las servilletas… Las caídas, por lo general, tienen origen en su permanente tendencia a curiosear. Los adultos, conscientes de estas dos peculiaridades de Alicia –ser muy pequeña y ser muy curiosa—, la cuidan mucho, y la buscan por todos los lugares cuando se pierde.

Alice Cascherina, de Gianni Rodari, ilustrada por Elena Temporin

Rodari tiene en muy alta estima la tendencia a curiosear de los niños. De hecho, no puede imaginar y narrar la infancia sin esta idea fuerte: al niño le corresponde ser curioso. La curiosidad del niño está motivada por su fantasía a la vez que alimenta a esta última. Y es en ese doble movimiento de curiosidad y fantasía como la infancia accede al descubrimiento y al conocimiento de la realidad, según lo entiende el maestro italiano. Así cabe que sean los más pequeños: distraídos, curiosos, despreocupados de los peligros. Mientras tanto, es a los adultos a quienes corresponde tener cuidado de que niñas y niños puedan desarrollarse libremente en esa dirección fantasiosa mientras aseguran que la infancia tenga resueltas las necesidades básicas de autoconservación.

L’Alícia Capitomba, como la nombra Teresa Duran, como la ilustra Emilio Uberuaga.

Que el personaje de Alicia Caerina sea diminuto representa para Rodari, y para nosotros, adultos lectores de su historia, una manera de subrayar la necesidad que tenemos de doblegar los cuidados ante la fragilidad de la infancia, ante la fragilidad de la fantasía y de la curiosidad propias de la infancia. Para el niño, mientras tanto, puesto ante una posible identificación con la pequeñez del personaje, las peripecias de Alicia son un aliciente para lanzarse a la aventura con confianza; para asumir los peligros, sabiéndose respaldado; para controlar el miedo, apoyándose en la seguridad que los grandes ofrecen.

Cubierta de Tristán encoge, ilustrado por Edward Gorey

En una dirección similar, pero con signo negativo, leemos la historia que nos ofrece Florence Parry Heide en el libro que tan bien ilustra Edward Gorey: Tristán encoge. En este cuento, un buen día, el niño protagonista percibe que está encogiéndose, que se vuelve más pequeño. La ropa le sobra. No alcanza a los sitios donde antes alcanzaba. La situación de Tristán representa un «juego del mundo del revés»: donde el niño por naturaleza debería estar creciendo, se encoge. Ese juego, que pone en movimiento la dialéctica de lo grande y lo pequeño, se muestra como un juego de vértigo. ¿Dónde y cuándo acabará el decrecimiento? ¿Llegará Tristán a convertirse en un personaje diminuto? ¿Podrá contar en esas circunstancias con las atenciones que los adultos dispensan a Alicia Cascherina?

Ante esta situación tan extraordinaria, que debería llamar la atención y hasta generar alarma en el mundo adulto que rodea a Tristán, que debería preocupar de una manera especial a quienes han de velar por el desarrollo y el crecimiento del niño, la respuesta es brutal. Los adultos no prestan especial atención al niño ni a su transformación. La madre primero, el padre después, parecen ignorar, negar o ningunear lo que el niño les quiere hacer saber: “creo que estoy encogiendo o algo así”, les dice Tristán en más de una ocasión. Y cuando consideran el hecho de que el niño esté encogiéndose, les preocupan cosas como el qué dirán o si no será una treta del hijo por llamar la atención. En ningún caso será la situación personal de Tristán, su salud, su estado anímico, lo que defina una mínima preocupación adulta.

Tristán encogido, a la mesa, con su madre y su padre, que apenas le prestan atención. Dibujo de Edward Gorey.

Algo similar le sucederá con el resto de los adultos con los que trata en su vida cotidiana, a menudo que se va encontrando con ellos: los amigos más grandes, el conductor del autobús, la maestra, la secretaria del director y el mismísimo director de la escuela… ninguno lo toma en serio. Ninguno está dispuesto a prestar atención a los requerimientos del pequeño que en lugar de crecer se sigue encogiendo, y que, justamente, al encoger, deja en evidencia la nulidad del mundo “de los grandes” para atender a los requerimientos del niño.

Que la clave que explicaría el encogimiento de Tristán estuviera en un juego interrumpido por la exigencia de cumplir con sus deberes domésticos no es otra cosa que un llamado de atención al mundo adulto. Pues es la madre de Tristán quien, al interrumpir el juego del niño, llamándolo a cumplir con una rutina, provoca el problema del cual después no se hará cargo. Si vamos al caso, lo que sucede aquí es todo lo contrario de lo que sucede con la diminuta Alicia de Rodari, aunque lo que al final se deja en evidencia es lo mismo: el rol cumplido o incumplido del mundo adulto respecto del desarrollo de la infancia.

Cuanto más pequeño sea el protagonista, cuanto más diminuto sea, mayor debería ser la atención que le ha de brindar el mundo adulto para su desarrollo y bienestar. Y si eso no se cumple, todo será un desastre. Las lectoras y los lectores, que saben bien todo lo que comporta ser pequeños en un mundo gobernado por “los grandes”, deben encontrar en la lectura de estos cuentos un mecanismo de compensación y de seguridad respecto del tamaño que ellos tienen. Y si no, un poco como Tristán al final, deberán aprender a controlar la situación por sí mismos, prescindiendo de los adultos, ocultándose de ellos, guardando un prudente silencio: “Si no digo nada, nadie se dará cuenta“, dirá Tristán al final de la historia, ante un nuevo problema que se le presenta. Y enseguida vemos que tiene razón.

Así, en estas historias, el contrapunto de lo grande y de lo pequeño y el juego de inversión y vértigo que se propone entre crecer y encoger, se ofrecen para los adultos como un llamado a la responsabilidad, mientras que para la infancia representa una invitación a reflexionar sobre las propias capacidades y sobre la transitoriedad vital en la que se encuentran, niñas y niños, como seres en crecimiento, curiosos, fantasiosos y realistas por igual.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-FAVOLE AL TELEFONO (1962), de Gianni Rodari. Traducción al catalán, CONTES PER TELÈFON (1982-2020) de Teresa Duran, ilustrado por Emilio Uberuaga.

-THE SHRINKING OF TREEHORN (1971), de Florence Parry Heide, ilustrado por Edward Gorey. Traducción al castellano, TRISTÁN ENCOGE (2017) de Manuel Broncano Rodrígues. Traducción al catalán, EN TRISTANY S’ENCONGEIX (2017) de Albert Torrescasana Flotats. Editorial Blackie Books.

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