
Cuando Daniel Defoe escribió su Robinson Crusoe -La vida y extrañas aventuras de Robinson Crusoe, de York, marinero- en 1719, tal vez se esperaba que esto se convirtiera en el verdadero evangelio del buen colonizador. Pero seguramente no podía prever que, con los años, sería una de las novelas más reissied en las colecciones de clásicos juveniles. No hay colección juvenil que, junto con Treasure Island o algunos Londres, muestre la historia de este náufrago que es capaz de mantener el camino y la religión en una isla solitaria, donde sólo se detienen incivilizados para hacer comidas de carne humana. Pero lo que no nos damos cuenta es que ese paraíso, además, Robinson Crusoe lo convertirá en una hermosa plantación de cocoteros donde los esclavos trabajan con deleite – y si no lo crees, ya que siempre te has quedado con la idea de que ese náufrago se salva y vuelve a la civilización, lee los capítulos finales de la novela.
Así que ahora que algunos están exclamando tanto y por lo tanto para mantener la escuela lejos de la política, ¿cómo es que no censuran títulos como este o, por ejemplo, Gulliver's Travels – que recordamos deja inglés sociating bien galling – o Huckleberry Finn – genuina asintiendo con la cabeza en persecución racista si se mira con gafas del siglo XXI? Pero entonces, ¿cómo se verían otras obras universales de LIJ si le damos, por ejemplo, una mirada antimonárquica? ¿Y feminista? Atención, sólo conociendo las fuentes primitivas podremos ver toda su dimensión. Pero oye, eso son higos de otra barra de pan o vecino.
El punto es que la escuela también debe ser una fuente de conflicto -con un deseo de crítica constructiva- para que los alumnos puedan conocer, comparar y decidir por sí mismos. ¿Pero pueden hacerlo actualmente?

Veamos, por ejemplo, una novela tan leída como La granja de animales de George Orwell, conocida entre nosotros como La revuelta animal. Su lectura entre el público joven puede llegar a ser auténticamente catártica. Recordemos que
después de forjar al granjero gracias a la unión de todos los animales, Napoleón, un cerdo líder, convierte la granja autogestionada de nuevo en una dictadura feroz: la de los cerdos, hasta convertirse en la imagen y semejanza del sistema de esclavitud que habían forrajeado. Es decir, la carne de cerdo es un lobo para la carne de cerdo.
Alguien ha visto paralelismos con la Unión Soviética de la época -la primera edición es de 1945-, pero sigue siendo una novela que crea un incómodo difícil de olvidar, y que remacha la frase final: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. Un verdadero rasguño en nuestra piel literaria, parafraseando a Josep Maria Aloy.
¿Superarían estas viejas novelas el alfiler paterno tan actual? Lo más probable es que no. ¿Qué pasó con el día de hoy? ¿Tenemos novelas juveniles al alcance de la mano con esta voluntad esclarecedora? ¿Damos a nuestros jóvenes lectores la oportunidad de conocer y comparar la grandeza de la tan exaltada democracia con otros regímenes políticos? ¿O tal vez es que ya damos por sentado que esta democracia no necesita ser contrastada o aprobada la prueba del algodón? ¿Y las monarquías? Pero entonces, ¿para qué sirve la literatura (si sirve a algo)?
Echemos un vistazo a uno de los últimos éxitos como la trilogía de Los Juegos del Hambre.
Suzanne Collins – publicada por primera vez en 2008 en los Estados Unidos – nos dibuja una de esas distopías de moda que hunden a los jóvenes de hoy en día en un mundo sin esperanza.

Sin embargo, gracias a la lucha personal, al surgimiento de una verdadera heroína, Katniss Everden, se enciende una pequeña luz en el corazón de los millones de ciudadanos que, sometidos por un poder central – dictadura – viven y trabajan para satisfacer los deseos de unos pocos.
Veamos cómo, a imagen y semejanza de la serie de Harry Potter, de nuestra Anaïd, de la trilogía de Maite Carranza La guerra de las brujas, o incluso de la Rut, el protagonista de la reciente trilogía La llum d'Artús, de Raimon Portell, parecería que la esperanza de salir del pozo es siempre por obra y gracia de un solo elegido o elegido: el elegido, que cuya misión mesiánica es llevar al pueblo hacia la democracia – y santo retorno a ella. Están de acuerdo en que todos tienen secundarios de lujo, pero si este motor de cambio muriera la revolución terminaría – y el libro.
¿Dónde está el anarquismo en toda esta exitosa literatura? ¿Y el comunismo? ¿Y el nazismo? ¿Sólo vale la pena la famosa y exaltada democracia? ¿Y la monarquía clásica, como Tolkien retrató en El Señor de los Anillos? Por favor, escritores, dennos un punto de apoyo y podremos mover el mundo. Dame otras formas de organización política, desterrado por el neoliberalismo, para saber si esta democracia es la única y mejor forma de organización social.

¿Es este también el mensaje que queremos transmitir a nuestros jóvenes lectores? ¿Puede la esperanza caer sólo sobre un héroe o heroína que nos elimina de nuestros pecados? ¿Dónde están las novelas donde se presentan civilizaciones basadas en la cooperación o la asamblea? ¿Y aquellos que, gracias a reflejarnos con el nazismo o el poder absoluto, nos hacen reflexionar sobre el presente? Tal vez empecemos a echar otro vistazo. Por suerte siempre tendremos a Maus, de Art Spiegelman, que nos enfrenta a la historia y nos hace tocar los pies en el suelo para decir, alto y alto: ¡Nunca más!
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