En la literatura, como en la vida, no todo son personajes emprendedores que avanzan a un ritmo ágil y constante, que pisan duro, que se enfrentan a los conflictos más enredados y los obstáculos más complicados y los superan con increíble facilidad y disfrutan de una det absolutamente con fuegos artificiales. ¡no! ¡Sólo faltaría! Además, y me gustan, hay personajes que residen en sus antípodas. Son los antihéroes, esos protagonistas aparentemente pasivos que simplemente esperan a alguien o algún signo que ilumine su camino, o que estén alegres por el día, mientras la actividad entra. Son personajes que ven pasar el mundo frente a sus narices y de vez en cuando se empequeñecen con sus pequeñas maravillas.
A veces son personajes a los que incluso les gusta leer, y entre otras cosas, lo practican para ver y vivir con intensidad la vida de los demás.
Los antihéroes que más amo son Vladimir y Tarragon, esos vagabundos creados por Samuel Beckett que esperaban tal Godot, con quien parecían haber arreglado una cita, pero nunca había llegado ni había llegado. Mientras esperaban, las palabras y las reflexiones brotaban de sus bocas, que estaban entrelazadas y entrelazadas, sobre el significado y el absurdo de la existencia.
En la literatura infantil, también hay libros originales y curiosos con personajes similares a los dos vagabundos. Son protagonistas que habitan la periferia de los estereotipos más comunes.
Una muy emblemática es la del protagonista de El Árbol Rojo. Una chica perdida en un día oscuro y concreto, superada por un mundo que no entiende. Mientras esperan alguna señal que dé la vuelta a su pesar, pasan por su pasado, muchos de los elementos, utensilios y personajes fantásticos del artista australiano Shaun Tan, que tantas noches oscuras de tantos lectores ha iluminado. Desde nuestros desfiles frontales el universo personal e inseparable de Tan, y si aún no lo hubiéramos descubierto, que lo dudo, hay que decir que nada es como era de nuevo antes de descubrir El Árbol Rojo, el que se levanta en medio del día oscuro de su protagonista.
Uno muy original es The Wait for Kevin Henkes, cuyo contenido y mensaje se alejan de su apariencia inocente. Cinco figuras animales, que podríamos llamar "pongos", plantados en el estante interior de una ventana, esperan ver, todos los días del año, lo que más les gusta y los hace sentir bien: por un lado, la luna; por otro lado, la lluvia; por otro lado, el viento; por otro lado, la nieve, y hay uno que se ajusta con el simple hecho de observar. Su movilidad y acción es muy poca, el estilo de la historia y la ilustración es ingenuo, los receptores son aparentemente los primeros lectores, pero se esconde y al mismo tiempo comunica una sutil reflexión sobre el paso del tiempo y las estaciones, sobre la importancia de los pequeños detalles y sobre el significado, y tal vez también el absurdo, de la vida.
Una increíble es lo que propone un excelente homenaje al teatro y un fantástico ejercicio de fantasía: un cuento de la ilustradora italiana Marianna Coppo que también nos presenta a cinco personajes que van a las páginas en blanco de un libro y esperan a que llegue la historia para llenarlos de historia. Coppo juega con el continente y el contenido, con el blanco de la página y el dibujo que lo habita, y con la historia de que uno de los personajes crece hasta el objetivo de la izquierda, mientras los demás esperan, a la derecha. La trama tiene conexiones con Waiting for Godot y Samuel Beckett, pero también con los Seis Personajes en Busca de Autor de Luigi Pirandello. De una situación absurda, aparece una nueva realidad que está creciendo, un mensaje para dejarse llevar, un llamado a actuar y cambiar el objetivo con un poco o con toda la imaginación del mundo.
Una muy cercana y tierna es L'espera, que es también el título de otra obra, de la narradora Gina Clotet y la ilustradora María Girón. Aquí la historia es más realista que metafísica, y la espera, más palpable que abstracta. Todas las tardes, Joana espera la llegada de un pájaro. Su primer propósito es capturar el pájaro. A medida que se observan, se conocen y tejen una relación, el propósito cambia. Una narrativa y una situación tranquila, hermosa y poética, ilustrada con el hiperrealismo y la sensibilidad de María Girón, que da inmensas alas a los pájaros y a los textos que aborda.
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